Abundan los (ir)responsables políticos que, con sus mentiras, construyen realidades paralelas. Y los ciudadanos que se refugian en burbujas donde todo confirma lo que ya pensaban. Las ideas de la filósofa Hannah Arendt, de cuya muerte se cumplen pronto 50 años, nos recuerdan que necesitamos ponernos de acuerdo sobre unos hechos para, a partir de ahí, debatir, disentir
El 4 de diciembre de 1975, Hannah Arendt moría en su apartamento de Nueva York cuando un infarto fulminante la sorprendió en mitad de una conversación con amigos. Al día siguiente encontraron en su máquina de escribir una hoja a medio comenzar con una sola palabra escrita: “Judging”. Juzgar. Aquella palabra solitaria quedó como un testamento involuntario, como si Arendt hubiera querido decirnos, en el último momento, que de todas las facultades humanas que había explorado a lo largo de su vida intelectual —la acción, la libertad, el pensamiento, la natalidad— había una que merecía ser rescatada con urgencia para nuestro tiempo: la capacidad de juzgar.