Alegría en el cielo
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Lc 15,1-10) - En aquel tiempo, todos los publicanos y pecadores se acercaron a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Éste recibe a los pecadores y come con ellos". »Y les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el desierto y va en busca de la perdida, hasta encontrarla? Cuando la ha encontrado, lleno de alegría, la carga sobre sus hombros, vuelve a su casa, llama a sus amigos y vecinos y les dice: "Alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja, la que se había perdido". Os digo: así habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. »¿O qué mujer, si tiene diez monedas y pierde una, no enciende la lámpara y barre la casa y busca con atención hasta encontrarla? Y tras encontrarla, llama a sus amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque he encontrado la moneda que había perdido". Por eso os digo que hay alegría delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

A narrar la actitud misericordiosa de Dios está dedicado el capítulo 15 de Lucas –abierto con este pasaje–, estos diez primeros versículos narran dos de las parábolas de la misericordia: la oveja descarriada y la moneda perdida. En el primero, Jesús presenta al Padre como un pastor que ha perdido una de sus noventa y nueve ovejas. Bueno, el pastor deja a las noventa y nueve que quedan en el redil y sale a buscar a la perdida. Podríamos decir que hay una ley de misericordia que establece un derecho para el pecador: es el derecho a ser ayudado ante el justo. Estamos ante la verdadera revolución que trae el Evangelio. Y en un mundo donde la meritocracia se presenta como el ideal de organización social -y no hay duda de que hay que tenerlo en cuenta- el Evangelio presenta el carácter paradójico del misterio de la misericordia y del perdón. En la segunda parábola, se imagina al Padre como un ama de casa que ha perdido una moneda y comienza a buscarla hasta encontrarla, mostrando así una vez más el privilegio del amor que Dios reclama para los pequeños. Y ambos, el pastor y la mujer, tras encontrar la oveja perdida y la moneda, llaman a sus vecinos para celebrar. Dios no quiere la muerte sino la conversión de los pecadores, es decir, que cambien de vida y vuelvan a él. Y esto requiere un corazón misericordioso por parte de los discípulos y una capacidad de amor similar a la de Dios. Y Jesús concluye: "Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierte". Es la celebración más sentida por Dios, por eso comienza a buscar, o más bien a suplicar, amor. Lo hace también con nosotros: dejemos que él nos encuentre.