Evangelio (Mt 13,36-43) - En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y entró en la casa; sus discípulos se acercaron a él para decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Y él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. El campo es el mundo y la buena semilla son los hijos del Reino. La cizaña son hijos del Maligno y el enemigo que los sembró es el diablo. La cosecha es el fin del mundo y los segadores son los ángeles. »Por tanto, así como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así será en el fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que pecan y a todos los que cometen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego, donde será el llanto y el crujir de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. ¡Quien tenga oídos, escuche!
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Los discípulos, al regresar a casa, piden a Jesús que les explique la parábola de la cizaña. Hay momentos de intimidad entre Jesús y los discípulos en los que es más fácil preguntar y confiar. Podemos asimilar estos momentos a los que toda comunidad vive cuando se reúne en oración común. Jesús está presente donde dos o tres están reunidos en su nombre. La escucha común de la Palabra de Dios tiene un valor y una gracia muy particulares, dados precisamente por su presencia real. Es el significado de esa relación de amistad lo que Juan subraya en particular cuando, por ejemplo, Jesús dice a los discípulos: «Ya no os llamo siervos... porque todo lo que he oído de mi Padre, os lo he hecho saber. » (Juan 15:15). La amistad con Jesús nos permite entrar profundamente en el significado del Evangelio. Él mismo explica a los discípulos que la buena semilla y la cizaña crecen juntas. La historia de los hombres es sólo una. Dios vino a dirigirla hacia el reino. La cizaña, el mal, está presente en el mundo y en el corazón de los creyentes, así como en la propia comunidad de discípulos. El bien y el mal viven en cada pueblo, en cada cultura, en cada comunidad, en cada corazón. En el corazón del Señor siempre existe la esperanza de que la cizaña también pueda transformarse en trigo y todos somos responsables de ello. Y es necesario que los creyentes se comprometan a transformar la maleza que los rodea.