Las malas hierbas
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mt 13,24-30) - En aquel tiempo, Jesús expuso a la multitud otra parábola, diciendo: «El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se fue. Luego, cuando el tallo creció y dio fruto, también brotó la mala hierba. Entonces los criados fueron al dueño de la casa y le dijeron: “Señor, ¿no has sembrado buena semilla en tu campo? ¿De dónde viene la maleza?”. Y él les respondió: “¡Un enemigo ha hecho esto!”. Y los criados le dijeron: “¿Quieres que vayamos a recogerlo?”. “No, respondió, para que al recoger la cizaña no arranques junto con ella el trigo. Dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mejor pon el trigo en mi granero".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

La parábola de la cizaña estuvo quizás entre las palabras evangélicas más claras en algunos momentos históricos en los que los religiosos vieron amenazados los derechos de la verdad y sintieron la necesidad de defenderlos. Se puede decir que una larga historia de guerras religiosas, llevadas a cabo por cristianos, ha encontrado principalmente en este texto escritural un obstáculo capaz de inducir reflexiones, reflexiones y dudas. El dueño del campo, de hecho, tiene un comportamiento absolutamente singular. Se da cuenta de que un enemigo ha sembrado cizaña donde él había sembrado la buena semilla. Podríamos decir que la historia de la tolerancia cristiana comienza a partir de esta parábola, porque seca las raíces de la mala hierba -esa verdaderamente mala- del maniqueísmo, de la distinción entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. En él no sólo está la invitación a la tolerancia ilimitada, sino incluso al respeto por el enemigo, aunque no fuera sólo un enemigo personal sino de la causa más justa y santa, de Dios, de la justicia, de la nación, de la libertad. . . Queda el misterio de este enemigo que, mientras todos duermen, siembra entre el trigo hierba inútil, que asfixia la buena. Es el misterio del mal al que no se puede responder con otro mal, sino con la fuerza de la esperanza, con defender el grano hasta que dé fruto, más fuerte que la división con la que siempre hay que medirlo. Es también el desafío de estar más atentos, de no dormirnos para que el mal no siga sembrando discordia. La elección del maestro, tan alejada de nuestra lógica y de nuestros comportamientos, instaura una cultura de paz. Hoy, mientras proliferan los conflictos trágicos, esta palabra evangélica es una invitación al encuentro y al diálogo. Esta actitud no es un signo de debilidad o de ceder. Sino conceder a cada hombre la posibilidad de profundizar en su propio corazón para redescubrir la huella de Dios y su justicia y cambiar su vida.