Quien me ha visto ha visto al Padre
M Mons. Vincenzo Paglia
00:00
00:00

Evangelio (Jn 14,7-14) - En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me habéis conocido, también conoceréis a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y nos bastará". Jesús le respondió: «¿Hace mucho que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir: “Muéstranos al Padre”? ¿No creéis que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os hablo, no las hablo por mi cuenta; pero el Padre, que permanece en mí, hace sus obras. »Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, créelo por las obras mismas. De cierto, de cierto os digo, el que cree en mí, también hará las obras que yo hago, y hará mayores que éstas, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, lo haré."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús acaba de decirles a los apóstoles que él es el camino para llegar al Padre que está en el cielo. Por eso no los dejó sin indicaciones: quien escucha y pone en práctica su palabra llega a conocer al Padre. Jesús aclara además: "Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre: desde ahora le conocéis y le habéis visto". Los verbos "saber" y "ver" conciernen a la dimensión de la fe, un conocimiento y una visión que va más allá de la dimensión visible y concierne al más allá de Dios. Felipe, como para cerrar definitivamente la discusión, pregunta: «Muéstranos al Padre y eso es suficiente para nosotros." Jesús responde con una reprimenda sentida: «¿Hace mucho que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". Aquí penetramos en el corazón de la fe cristiana y de toda búsqueda religiosa. Jesús afirma claramente que a través de él conocemos a Dios, el creador del cielo y de la tierra. «A Dios nadie ha visto jamás», escribe Juan en su primera Carta (4,12). Es Jesús, que lo conoció, quien nos lo revela. Por tanto, si queremos ver el rostro de Dios, debemos ver el de Jesús; si queremos conocer los pensamientos de Dios, basta con conocer el Evangelio; Si queremos comprender el modo de actuar de Dios, debemos observar el comportamiento de Jesús. El Padre del cielo está cerca de la vida de los hombres como lo estuvo Jesús: es un Dios que resucita a los muertos, que se hace niño para ser cerca de nosotros, que llora por su amigo muerto, que camina por las calles de los hombres, que para, que cura y que se apasiona por todos. Él es verdaderamente el Padre de todos. Jesús añade palabras aún más audaces, que sólo él puede pronunciar. Dice que si seguimos atados a él también haremos sus mismas obras. De hecho, Jesús dice que los haremos más grandes. Son palabras que generalmente se olvidan y, en cualquier caso, se piensa poco en ellas. En todo caso, parecen completamente exageradas o al menos descabelladas. A menudo pensamos que somos más realistas y veraces que el Evangelio. En verdad, seguimos así una lectura mundana del Evangelio. Negamos su fuerza. El Evangelio tiene una fuerza que proviene de contener la misma Palabra de Dios, que es siempre creadora de vida y de amor. Si nos nutrimos de las palabras del Evangelio, nuestras palabras serán fuertes y eficaces. Comenzando con la oración: "Todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré". Sí, nuestra oración, si se hace en el nombre de Jesús, es fuerte y poderosa: llegará directamente al corazón de Dios, y él quedará como doblegado por nuestras palabras. Pero incluso las palabras de predicación, de consolación, de exhortación que pronunciamos en el nombre de Jesús tendrán la fuerza de cambiar el corazón de quienes nos escuchan y la sociedad en la que vivimos.