Evangelio (Mt 23,23-26) - En aquel tiempo, Jesús habló diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que diezmáis la menta, el eneldo y el comino, y transgredéis las prescripciones más graves de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Estas eran las cosas que había que hacer, sin descuidarlas. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que limpian por fuera el vaso y el plato, pero por dentro están llenos de avaricia e intemperancia! Fariseo ciego, limpia primero el interior del vaso, para que quede limpio también el exterior.
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Hoy la Iglesia siríaca recuerda a Zaqueo, el publicano que acogió a Jesús en su casa. Es un recuerdo que toca nuestro corazón, también porque proviene de la tradición de una Iglesia que ha sufrido tanto a causa del Evangelio a través de los numerosos conflictos que aún ensangrentaron Oriente Medio. Jesús, mientras camina por las calles de Jericó, mira a Zaqueo, que se había subido a un árbol porque era pequeño de estatura, y lo llama por su nombre. Él nos conoce por nuestro nombre. En una sociedad anónima y masificada como la nuestra, esta actitud de Jesús es de gran enseñanza para nosotros. El Evangelio es siempre personal, siempre pronuncia nuestro nombre. Muchas veces somos nosotros los que lo dejamos genérico, como un programa lejano, porque no lo escuchamos. Imaginemos el asombro de Zaqueo al oírse llamado. Era publicano, por tanto pecador, pero Jesús sólo lo llama a él. Jesús, que lee los corazones, realizó el deseo de aquel publicano y, en cuanto lo ve, lo llama diciéndole que quiere quedarse en su casa. Me viene a la mente el Apocalipsis: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, iré a él y cenaré con él, y él conmigo". Ese día en Jericó esta palabra se hizo realidad. Zaqueo sólo quería verlo, Jesús quería encontrarlo y darle la salvación. Se convierte en huésped porque sólo abriendo nuestro corazón podemos liberarlo del miedo y del orgullo y redescubrir la esperanza. Por invitación de Jesús, Zaqueo baja rápidamente y lo recibe con alegría en la casa. Esta vez el rico no se va triste ante la invitación, y Jesús también está lleno de alegría. Al final de la reunión decide devolver lo que había robado y dar la mitad de sus bienes a los pobres. Así comienza su conversión: ya no es el hombre que era antes. Zaqueo establece su medida y la implementa. De hecho, no dice "lo doy todo", sino "doy la mitad". Acoger a Jesús en nuestro corazón nos permite encontrar el camino personal hacia la caridad.